Verónica padecía esquizofrenia por lo que un día cuando Jesús tenía tres años se perdió, sin embargo 22 años después pudieron volver a encontrarse Foto: (Facebook)
Verónica padecía esquizofrenia por lo que un día cuando Jesús tenía tres años se perdió, sin embargo 22 años después pudieron volver a encontrarse Foto: (Facebook)

Tras 20 años de buscar a su madre Verónica, Jesús logró encontrarla a 1,500 kilómetros de distancia de su casa. Vivir en las calles y ser desahuciado por padecer leucemia, lejos de vencer su esperanza, la fortaleció. El amor a la vida y a su madre, de la que prácticamente no tenía recuerdos, cambió literalmente su cuerpo para mantenerlo con vida.

Jesús G fue encontrado a los tres años deambulando en las calles de Chihuahua cuando vecinos llamaron a las autoridades y el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia lo tomó en custodia.

Estuvo en un albergue algunos años hasta que fue entregado a la familia paterna, que lamentablemente ejercía violencia doméstica contra él. Sus familiares no contestaban los cuestionamientos del paradero de su madre, sólo le decían que lo había abandonado y que seguramente se había ido con otro hombre ya que ella y su padre estaban separados: pero nunca le dijeron que padecía esquizofrenia.

"Yo sabía que estaba en algún lugar, no sabía realmente qué había pasado, no podía llenar mi corazón de rencor, sólo quería encontrarla", detalló el joven que actualmente tiene 25 años a Infobae México.

Jesús nunca perdió la esperanza de volver a ver a su madre Verónica, pegó miles de carteles pero finalmente la encontró gracias a la colaboración ciudadana y a las publicaciones en Facebook Foto: (Facebook)
Jesús nunca perdió la esperanza de volver a ver a su madre Verónica, pegó miles de carteles pero finalmente la encontró gracias a la colaboración ciudadana y a las publicaciones en Facebook Foto: (Facebook)

Su vida también fue muy difícil, se fue de la casa paterna cuando era un adolescente para evitar la violencia, estuvo viviendo en las calles cuando una compañera de la escuela lo vio y al contarle a sus padres, ellos decidieron que viviera con ellos un tiempo.

Jesús fue creciendo y consiguiendo trabajos sencillos de lo que podía, se quedaba con amigos, compañeros y los familiares de éstos. Mucho tiempo fue "adoptado" por el abuelo de un amigo. Había días que no comía o por lo menos no algo que realmente lo alimentara, lo que fue mermando su organismo. Cuando fue mayor de edad la suerte y su temple lograron conseguirle trabajos más estables.

Pero la idea de encontrar a su madre seguía ahí, todo el tiempo. Fue consiguiendo algunos datos a cuentagotas con su familia materna y tenía pistas de que pudiera estar viviendo como indigente en algún lado.

El destino lo sorprendió en 2014, pero ahora de una forma desagradable cuando tras tener varios síntomas raros fue a parar al hospital con más de 40 grados de temperatura y con unas extrañas bolitas en el cuello. Le diagnosticaron leucemía, pero lo peor estaba por venir.

Tras diversos análisis y especialistas se limitaron a decirle que le quedaban solo algunas semanas de vida, que ni siquiera la quimioterapia podía ayudarle. Jesús no lo podía aceptar, fue a ver a otros especialistas y pese al fatal diagnóstico luchó para mantener su vida, aún no podía rendirse, aún no, no sin ver a su madre, no podía dejar al amor de su vida, Diana; tampoco quería dejar su pasión por la guitarra y la música.

La esperanza y el aliento de su pareja fue fundamental para encontrar motivos para mantenerse vivo, comenzaron a pegar cartelones en las calles y a usar las redes sociales para compartir los boletines de la fotografía de su mamá.

"Imagina dos décadas sin ver a tu mamá, sin saber si come o duerme bien, si le han hecho daño", detalló el joven.

Cada cierto tiempo su salud mejoraba y las noticias de que había sido vista deambulando por las calles alimentaron su fe en encontrarla.

"Desde que era chico mantuve mi fe en Dios, en el amor, no sólo de pareja sino hacia la vida, a lo que amaba y a encontrarla", a pesar de haber vivido en las calles, que le ofrecieran drogas o lo invitaran a robar, él fue discerniendo qué era lo correcto mientras su esperanza seguía firme.

Las autoridades habían subido a la página de personas extraviadas la fotografía de Verónica pero no hubo alguna pista de su paradero, tampoco acciones de búsqueda, nada. Los avistamientos se daban gracias a Facebook, de vez en cuando le avisaban que habían visto a una mujer con sus características.

Fue a principios de febrero que alguien le avisó que la había visto deambular por la Ciudad de México, pero ahora le mandaron una fotografía, eso le hizo tomar la determinación definitiva, vendría a buscarla.

No sabía si realmente era ella, tenía un par de fotografías de dos décadas anteriores, era probable que fuera pero también existía la posibilidad de que no. Jesús lo sabía, a pesar de que no la conocía, lo intuía.

En una de las ciudades más grandes del mundo, con 8,851 millones de habitantes era como buscar una aguja en un pajar, con recursos limitados y sin conocer la ciudad, él decidió acudir a buscarla, lo acompañó su esposa Diana y una tía materna, quien podría reconocerla.

El 10 de febrero era la fecha para el regreso marcada en los boletos de avión, pero no la habían encontrado. Estaban seguros de que estaba cerca pero aún no sabían dónde. Llegó la hora de tomar el taxi, sin embargo le mandaron un mensaje, un ciudadano que había visto la publicación y la había reconocido, sabía que su hijo estaba en la ciudad porque lo publicó cientos de veces en Facebook, por lo que la invitó a comer para no perderle la pista.

Jesús no lo dudó, se dirigió a su encuentro en Los Reyes, Estado de México. Sí, era ella. Ahí estaba sentada, tranquila, con la mirada perdida, pero era ella. Cambiaron los vuelos y añadieron uno más de regreso a Chihuahua.

Verónica, ahora de 47 años, fue reconocida de inmediato por su hermana. No podían creer que estuviera de vuelta, pero sí, era ella.

Jesús se recupera de salud, sigue su lucha contra la leucemia, pero con la inmensa dicha de tener a su madre de vuelta para no volver a perderla. A ella se le iluminan los ojos (detalló Diana, esposa de Jesús) cuando habla de su hijo, aquel pequeño de tres años que quedó perpetuo en su memoria. Ve a Jesús y se sorprende de que sea él, pero igual lo abraza, ambos están en proceso de asimilar el milagro de su encuentro, pero felices. Verónica ya no será una indigente más gracias a la esperanza incansable de su hijo Jesús.

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