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Mauricio Macri en una recorrida por Lanús

Durante las próximas semanas, muchas personas interesadas en la política argentina, debatirán acerca de las razones por las cuales Mauricio Macri decidió no pelear en las presidenciales de este año. Quienes lo quieren destacaran su presunto gesto de grandeza y desprendimiento. Quienes lo detestan dirán que no tenía ninguna chance de ganar y lo único que hizo fue evitar una humillación. Y otras personas se preguntarán, con todo derecho, por cuestiones personales: ¿no se habrá corrido porque prefería una vida más cómoda?

Es difícil tener respuestas categóricas acerca de por qué uno mismo hace algunas cosas, ni que hablar al analizar la conducta de otros. Pero hay algo objetivo: no es cierto que Macri no pudiera ganar las próximas elecciones. Tal vez no era lo más probable pero esa chance existía. Más allá de lo que digan las encuestas, el ex Presidente mantiene hasta hoy el liderazgo de un sector muy numeroso de Juntos por el Cambio. En todas las encuestas, aun antes de hacer campaña, Macri aparece apenas unos puntos por debajo de los otros candidatos. Solo es cuestión de saber sumar y restar: Macri era una candidato muy competitivo en la interna de una agrupación que es la favorita para ocupar el Gobierno desde el 10 de diciembre.

Eso quiere decir que no se bajó porque no podía. Eso estaba por verse.

Se bajó por otras razones.

El gesto de Macri es atípico en la política argentina y, en alguna medida, un espejo del que tuvo Cristina hace cuatro años. Ella también podría haber ganado aquella elección y decidió asumir un rol subordinado. En ambos casos, hubo un evidente desprendimiento. Si alguien está desesperado por el poder, si lo único que le importa es mantener un liderazgo personalista, si cree que solo con él, o con ella, se solucionan los problemas del país, si se trata de un líder mesiánico, esa persona no se baja de la candidatura en ninguna circunstancia. Tal vez Macri y Cristina hayan demostrado que son más republicanos y generosos de lo que creen sus enemigos. De un lado y del otro dirán: no somos lo mismo. Tal vez. Pero llama la atención el paralelismo.

Así las cosas, si se les toma la palabra a ambos, todo parece indicar que, por primera vez desde 2003, en esta elección presidencial apellido Macri, ni el apellido Kirchner en ninguna de las fórmulas. Nada es para siempre.

En lo que respecta al jefe del Pro, su elegante retirada corona una carrera política deslumbrante. Es impactante la cantidad de primeras cosas que fue Macri. El primer presidente que no fue peronista, radical o militar desde 1916, el primer presidente que arraca desde un club de futbol, el primer presidente que surge de una de las familias más ricas de la argentina desde Marcelo T. de Alvear, el primer presidente ingeniero, y ahora, el primer fundador de una fuerza política que decide no ser candidato presidencial.

Pero antes de todos eso, y por sobre todo eso, Macri fue el primer líder que supo construir una fuerza política nacional después de Juan Domingo Perón. Ese dato –solo ese dato—es estremecedor. Cuando él desembarcó en la política, desde la presidencia de Boca Juniors, solo quedaba un partido político en la Argentina: el peronismo. El resto era un páramo, un archipiélago de agrupaciones menores, cada una de ellas nucleada alrededor de una figura. Macri logró que su nueva agrupación se fuera extendiendo por todo el país y consiguiera mediante elecciones miles de concejales, diputados provinciales, intendentes, gobernadores, legisladores nacionales, punteros, artistas, intelectuales, buena gente, malandras, técnicos, dirigentes de futbol, barras bravas.

La primera prueba para una fuerza política nueva consiste en demostrar que sobrevive a varias derrotas electorales. Eso sucedió con el macrismo, a nivel nacional, entre 2007 y 2015. La segunda prueba consiste en demostrar que está en condiciones de llegar al poder: eso sucedió en el 2015. Pero la prueba definitiva se produce luego de salir del poder. Desde 2019, Juntos por el Cambio, la creación de Macri, siguió unida, y ahora está a punto de volver a la Casa Rosada. Cualquiera que mire hacia atrás sin prejuicios deberá llegar a la misma conclusión. Muchos lo intentaron en la historia: Oscar Alende, Alvaro Alsogaray, Aldo Rico, Elisa Carrió. Con su estilo tan extraño, Macri le devolvió competitividad a la política argentina, que hasta su llegada estaba dominada por un solo actor. En el medio, su agrupación no paró de crecer mientras la agrupación que heredó su enemiga, su adversaria, obtuvo hace un año y medio el peor resultado de su historia.

En esa carrera rutilante, Macri dejó una sola deuda impaga, que no es para nada menor: su gobierno no cumplió la objetivos que se propuso y dejó a la Argentina en una situación aún peor que la recibida. Algunos de sus partidarios más necios se dedicarán a torturar los números para encontrar recovecos que demuestren que eso no fue así. Pero lo fue. Se trata de un ejercicio muy sencillo. Prometió bajar la inflación: la duplicó. Pidió que se lo juzgara según la cantidad de pobres que hubiera al final de su mandato. Los aumentó. A todo eso hay que agregarle un endeudamiento agobiante, producto en gran medida de los malos planes económicos del gobierno, y adquirido por motivaciones electorales.

Para colmo, la reflexión sobre lo sucedido fue bien pobre: le echó la culpa a la deslealtad opositora y anunció que si volvía al poder haría lo mismo pero más rápido. En eso no fue primero: la mayoría de sus antecesores apelaron a las mismas excusas o a enfoques conceptuales similares. De la capacidad de sus herederos para salir de esa trampa, si es que llegan, dependerá el futuro del país.

Por lo pronto, con el desplazamiento de Macri y Cristina hacia lugares de menor trascendencia, parece que finalmente otros políticos tomarán la posta.

Una nueva etapa parece alumbrar de manera muy poco cruenta en la política argentina.

Ojalá no los extrañemos.

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