Llorente pelea un balón con Jude Bellingham (REUTERS).
Llorente pelea un balón con Jude Bellingham (REUTERS). (JUAN MEDINA/)

Durante casi todo el partido parecía que el Real Madrid iba a salir indemne de sus debilidades defensivas anunciadas. Sin embargo, el Atlético castigó de la manera que se esperaba: por arriba. Memphis peinó en la frontal y Llorente, ante la indecisión propia de los centrales que no apenas han tenido tiempo a crear química, se adelantó para, también de cabeza, nivelar un partido que, sin ser el mejor derbi, no le faltó de nada. Ni siquiera la polémica, que ya está servida para el relleno de las tertulias deportivas después del tanto anulado a Savic por fuera de juego posicional de Saúl al tapar la visión a Lunin.

El partido empezó torcido para el Real Madrid. El problema en las cervicales de Vinicius lo resolvió Brahim con un masaje al balón durante sus estancia en el verde. Joselu calentaba con una intensidad fuera de lo común mientras el brasileño se llevaba la mano a la zona del trapecio, cuando Ancelotti decidió revocar su decisión. Tiró de su plan C y dotó a su equipo del dinamismo necesario para borrar del mapa al Atlético en la primera parte.

Simeone cambió de sistema hasta en tres ocasiones y agotó sus cambios cuando aún restaba media hora por jugarse. Sirvan estos dos intangibles como explicación al insulso primer acto de los suyos que marcaron dos goles, pero no lograron la victoria. El mencionado de Savic y el de Llorente, que se vistió de Sergio Ramos y empató en el minuto 93, cuando el público blanco ya le estaba poniendo el techo a media Liga. Superficie que trajo cola en la previa al tapar por completo el feudo blanco. En ausencia de normativa española, el club local decide y así sucedió.

No siempre se puede escapar al destino, aunque el Madrid lleva meses esquivando los golpes. Su acumulación de desdichas marcó el guion del partido. La lesión de Rüdiger el jueves en Getafe y la amarilla de Tchouameni obligó a Ancelotti a colocar como pareja de centrales a Nacho y Carvajal. Simeone no puso por delante la Copa, pero la tuvo en cuenta. Alineó un equipo mayoritariamente titular, sí, pero sin su mejor defensa -Reinildo-, sin su mejor hombre de banda -Samu Lino- y sin su centrocampista más inspirador -Barrios-. Los rojiblancos salieron encogidos, con una actitud exageradamente preventiva, sometido por un Madrid con más posesión que progresión, pero que inquietaba a Oblak.

Y cuando parecía sacudirse el dominio y había obligado a Lunin a detener un remate cruzado de Morata, se vio por detrás en el marcador. Fue producto de una jugada confusa, con la pelota mareada en el área que ningún rojiblanco despejó con jerarquía. El despeje inicial de Riquelme tampoco lo había sido. Aquellas imprecisiones dejaron el balón franco a Brahim, que pasaba por ahí, improvisó sobre la marcha y acabó metiéndose hasta la cocina para batir con sangre fía a Oblak. El Atlético no carburaba. Trataba de explotar su ventaja de estatura con una lluvia de centros al área que ponía en aprietos al Madrid, pero no facilitaban la construcción.

Ahí empezaron las reformas de Simeone. Maniobró de manera más vigorosa: introdujo a Memphis, Lino y Barrios, y retiró Morata, Riquelme y Saúl. Aquello transformó al Atlético, que se asomó de manera más decidida al área de Lunin. El ucraniano brilló para tapar un taconazo malicioso de Griezmann y sostener el resultado corto de su equipo. Ya sin Morata sobre el terreno de juego, parecía que el peligro aéreo llegaba a su fin, pero Llorente -otro exmadridista- se lo recordó al Bernabéu.

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