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Las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional parecen estar transitando hacia su etapa final, al menos por ahora. En las discusiones por el déficit fiscal o la forma de captar reservas por parte del BCRA, lo único verdadero resulta ser que las metas se han incumplido y el organismo pide algo más que meras promesas destinadas a fracasar nuevamente. Todos son conscientes de que el país vive momentos donde la política y su realidad contrastan con el sentido común.

El gasto del Estado es obsceno y las cuentas parecen impagables: el déficit fiscal es uno de los ejes de la discusión técnica con el FMI que se contrapone con las necesidades políticas en estos tiempos electorales. La sequía y su consecuente baja en las retenciones agropecuarias que han impactado en las arcas públicas ya no parecen ser suficientes excusas para que los fondos que debe desembolsar el organismo aparezcan sin pedirnos explicaciones.

Las reservas del BCRA son un dilema. El negativo de las disponibilidades líquidas preocupa a todos. Por un lado, los ahorristas empiezan a sospechar que sus dólares no necesariamente están a resguardo. Por el otro, surgen los infinitos problemas que acarrea no poder disponer de las divisas necesarias para que el comercio internacional fluya. Hace un tiempo los bienes suntuosos fueron las primeras víctimas. Luego se restringieron los viajes al exterior y se encarecieron los gastos en servicios que contratábamos en otras partes del planeta. Luego se resintieron los insumos y materias primas necesarias para que la industria funcione. Hoy el límite pasó un nuevo umbral: los problemas para importar llegaron a los insumos médicos haciendo peligrar el sistema de salud poniendo en riesgo intervenciones quirúrgicas, trasplantes y hasta análisis de laboratorio.

Discutir con el FMI el déficit fiscal es la nada misma. El desorden en el gasto público resulta algo mucho más estructural que una mera discusión de metas

Las exigencias que pueda plantear el FMI a la Argentina resultan apenas un placebo. La economía argentina dejó de funcionar con normalidad hace tiempo y hoy afronta el riesgo de colapsar en su más profunda precariedad.

Discutir con el Fondo Monetario el déficit fiscal es la nada misma. El desorden en el gasto público que incluye ministerios y dependencias inútiles cargadas de empleados innecesarios y gastos estruendosos resultan algo mucho más estructural que una mera discusión de metas fiscales.

Nuestro problema de reservas escapa a lo que el FMI pueda imponernos para liberar fondos que nos permita afrontar los compromisos minúsculos –en términos cuantitativos- que tenemos con el propio organismo. Han vaciado arcas entre retenciones y tipos de cambio que destruyeron nuestra capacidad exportadora, desincentivaron la innovación y el crecimiento, logrando situar nuestro comercio exterior en un lugar de vergüenza. No importa demasiado la discusión del cómo conseguir algún dólar para lograr entretener al mundo mostrando por un instante algo de solvencia en nuestras reservas: importa entender cómo 200.000 millones de dólares en retenciones a las exportaciones durante los últimos 20 años se han esfumado a puro populismo. A mitad del siglo XX la Argentina era responsable del 3% del comercio mundial mientras hoy apenas representa el 0,20%. Si el país no hubiese sufrido los embates del populismo, nuestras exportaciones hoy rondarían los 600.000 millones de dólares anuales. La pobreza, el crecimiento y la falta de dólares no serían parte del menú.

Hay que decidirse a afrontar las reformas estructurales que se necesitan para salir de la decadencia crónica en la que estamos inmersos. No importa quien gobierne a partir de diciembre: lo que verdaderamente importa es que los cambios se deben hacer sin importar quién esté en el sillón de Rivadavia, porque Argentina simplemente, no da más.

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