Entrevista Matías Kulfas 16/02/22
Matías Kulfas (Foto: Franco Fafasuli) ((Franco Fafasuli) /)

“La experiencia en el ministerio no fue sencilla, y no esperaba que lo fuera”, resumió Matías Kulfas, ex ministro de Desarrollo Productivo en el prólogo de su último libro “Un peronismo para el siglo XXI” (Siglo XXI).

Alberto Fernández echó a Kulfas en junio del año pasado después de que desde su ministerio, y luego de un discurso de Cristina Kirchner, asegurara que “los que usan mal la lapicera son los funcionarios de Cristina”. La referencia en off the record era a las demoras en la construcción del Gasoducto Néstor Kirchner y, además, sembraba dudas de corrupción y contratos a medida. Días después, en su carta de renuncia, el ministro despedido denunció un “internismo exasperante” en el área de Energía del Gobierno.

“La batalla por un desarrollo que sintonice con el mundo actual y confronte el mito del ajuste eterno”, es el subtítulo de nuevo libro. A continuación, extractos sobre el gobierno del que fue parte, la pandemia, los subsidios, y los “funcionarios que no funcionan”, como bautizó la vicepresidenta a un grupo de funcionarios, cercanos a Fernández, que él integró y que, casi en su totalidad, salieron del gobierno.

Un peronismo para el siglo XXI, Matías Kulfas

[“Un peronismo para el siglo XXI” se puede descargar de Bajalibros clickeando acá.]

El fracaso político del Gobierno

“No haremos un análisis pormenorizado del gobierno de Alberto Fernández, básicamente porque, al momento de escribir estas páginas, aún resta completar cerca de un año de mandato presidencial, de modo que ni siquiera ha finalizado el ciclo de gobierno y, menos aún, ha transcurrido un tiempo prudencial como para tomar la necesaria distancia que impone un balance histórico. Sí, en cambio, haremos referencia a cómo se desarrollaron las prácticas políticas y los primeros pasos en el abordaje de la política económica. Intentaremos interpretar las causas y consecuencias del fracaso político de una coalición de gobierno que no logró la necesaria cohesión en su funcionamiento y extraer algunas reflexiones para el presente y el futuro del peronismo y la política argentina”.

La pandemia y la foto de Olivos

“Esta gestión de la pandemia se vio empañada por dos episodios que serían ampliamente difundidos por medios de comunicación y la oposición, y que afectarían severamente la imagen del presidente. El primero fue la *constitución de un vacunatorio al que se derivó a algunos funcionarios, sus familiares y otras personas vinculadas al gobierno* antes de poner en marcha el sistema masivo de vacunación. El otro, la difusión de una foto en la que se veía a Fernández junto a su pareja y otras personas en una comida en la residencia presidencial de Olivos, sin barbijo, en un momento en que todavía regían las restricciones del ASPO.

Ambos episodios fueron, sin duda, errores. La denominada “foto de Olivos” golpeó la credibilidad del presidente, y es comprensible que esto haya ocurrido. Pero esa foto en modo alguno puede considerarse una síntesis o un símbolo del accionar de gobierno durante la pandemia. Por el contrario, los aspectos antes mencionados muestran una gestión que se puso al frente de la situación y tomó medidas sanitarias y económicas efectivas con creatividad y rapidez. Claro está, al tiempo de iniciada la crisis sanitaria mundial muchos se sentían en condiciones de opinar y criticar, y proliferaron los “doctores en pandemias”, pero lo cierto es que en marzo de 2020 era poco y nada lo que se sabía y no existía experiencia previa de la cual nutrirse”.

Subsidios

“El segundo desafío era salir del desquiciado sistema de subsidios a la energía que rige en nuestro país desde hace dos décadas, el cual tiene un enorme costo fiscal, es socialmente injusto, centralista, antifederal y prorrico, sistema que debería avergonzar a cualquier militante o funcionario peronista que subsidia la energía de hogares acomodados de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires o la zona norte del gran Buenos Aires, hogares que no necesitan, no solicitan ni valoran esos subsidios. Ese esquema había surgido tras la salida de la Convertibilidad y la fuerte crisis social de 2002. Tenía sentido en ese momento de emergencia, pero era imprescindible racionalizar este sistema, realizando adecuaciones tarifarias que tuvieran en cuenta la crisis de ingresos de los hogares, pero dotándola de progresividad distributiva. Lejos de ellos, el equipo de la Secretaría de Energía actuó en sentido contrario, primero con un congelamiento que se fue extendiendo en el tiempo y luego posponiendo la necesaria segmentación de tarifas, consolidando uno de los problemas más serios en los que incurrió CFK en sus mandatos. El atraso tarifario de 2015, donde los subsidios a la energía explicaban más del 3% del PBI, fueron el puntal que utilizó el macrismo para implementar los tarifazos de 2016 a 2018. Sin embargo, aún con esas fuertes subas de tarifas, siguieron existiendo subsidios en las facturas de hogares de altos ingresos, de menor cuantía, claro está, pero el sistema de administración mantuvo esas falencias”.

Omar Perotti - Alberto Fernández - Matías Kulfas
Alberto Fernández y su ex ministro de Desarrollo Productivo

Funcionarios que no funcionan

“A poco de iniciado el gobierno, comenzaron los cuestionamientos internos. Primero desde referentes más ubicados en la periferia de la toma de decisiones del cristinismo. Con un tono bastante duro, se fueron criticando diferentes acciones de gobierno. Si bien en un principio no había un apoyo tácito y explícito de CFK, al tiempo comenzó a quedar en evidencia que existía una clara convalidación de esas críticas. Ya en octubre de 2020, CFK hablaba de “funcionarios que no funcionan”, pero todavía defendiendo la gestión presidencial. En 2021 y los primeros meses de 2022, los ataques serían por el contrario frontales y generalizados. Lo llamativo es que las críticas no venían sucedidas de propuestas alternativas, ni en el ámbito programático ni del aporte de nuevos cuadros a la gestión. Antes que cuestionamientos internos, se dieron bloqueos y luchas para conservar el capital simbólico de los períodos de gobiernos de Kirchner y CFK, en contextos completamente diferentes a los de entonces, y a preservar el poder en la conducción del peronismo. Efectivamente, CFK no gobernó, pero tampoco dejó desplegar plenamente la acción de gobierno, o en todo caso opuso serios obstáculos que Fernández no quiso o no pudo contrarrestar” (…).

“Si bien CFK había señalado que ya no tenía sentido seguir hablando de los logros del período 2003-2015, rápidamente volvió a una narrativa autorreferencial en la que 2015 parecía ser el momento de máxima felicidad popular y la mejor distribución del ingreso, omitiendo que, en ese mundo feliz, muchos de los supuestos beneficiarios de aquel modelo votaron a Macri. La falta de mirada autocrítica volvía al centro de la escena. Fernández siguió aferrado al contrato electoral del Frente de Todos, mientras CFK se inclinó por dinamitarlo, y con ello, a las propias bases del gobierno del que ella misma formaba parte, y en el que los funcionarios que le respondían políticamente administraban nada menos que el 60% del presupuesto estatal.

La crisis de la coalición peronista fue la de un experimento innovador que no funcionó. Fue, en definitiva, fruto de una disputa por la conducción del peronismo, en la que CFK procuró por todos los medios despegarse de la difícil situación económica por las que atravesó y atraviesa la Argentina, y del costo político de tomar medidas para enfrentar esa situación. No fue la primera vez que al peronismo le tocó administrar una crisis, pero sí que un sector eligió descomprometerse de su curso y sus consecuencias. En un sentido opuesto al Perón de 1952, que enfrentó la crisis con iniciativas que tuvieron un impacto inicial negativo sobre los trabajadores, pero de manera frontal y explicando las causas, las consecuencias y el futuro curso de acción, CFK eligió comentar la situación con una sorpresiva lejanía y ajenidad, sin más propuesta que la de hacer referencia a lo hecho durante su propio gobierno, bajo circunstancias locales e internacionales completamente diferentes y omitiendo las numerosas falencias que su propia acción de gobierno había generado”.

Extracto completo de un fragmento del capítulo “El kirchnerismo: ¿el regreso del peronismo o su refundación?”.

Una extraña pareja

La conformación del Frente de Todos puso en marcha un nuevo esquema de gestión, que partía de la base de que el balance del ciclo de gobiernos kirchneristas había tenido un saldo positivo, pero también numerosas falencias. De eso se trataba la consigna de “volver mejores”, incorporando esta premisa. CFK decía que era necesario mirar para adelante, que el mundo había cambiado, y que ya no era posible repetir lo realizado entre 2003 y 2015, agregando que Alberto Fernández era la persona indicada para un período de gobierno que requeriría diálogo y mayores consensos. Fernández, por su parte, prometía no volver a pelearse con CFK y construir un gobierno amplio y de acuerdos, especialmente con sectores productivos y del trabajo.

¿Qué ocurrió entre ese comienzo prometedor y, en cierta forma, refundacional, y la eclosión de una crisis política y de gobierno que volvió a generar zozobra y frustración en 2022?

Son varias las respuestas que se pueden ensayar, pero hay al menos dos dimensiones donde cobra sentido focalizar el análisis y que, siguiendo la premisa central de este libro, aportan elementos para pensar la política argentina y su devenir futuro. La primera es la cuestión del poder en el peronismo. Al peronismo le ha costado históricamente consolidar estructuras colectivas de ejercicio del poder. Nació como una fuerza con un liderazgo fuerte y vertical, y si bien fue mutando a formas más participativas, el poder siguió siendo ejercido por una o muy pocas personas.

Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner en el festejo por los 100 años de YPF, en junio del año pasado (REUTERS/Agustin Marcarian/File Photo)
Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner en el festejo por los 100 años de YPF, en junio del año pasado (REUTERS/Agustin Marcarian/File Photo) (AGUSTIN MARCARIAN/)

El Frente de Todos tenía la particularidad de ser una coalición integrada por diferentes partes y piezas de una misma fuerza política, las cuales se habían ido desmembrando conforme avanzaba el ciclo de gobiernos kirchneristas. Al mismo tiempo, la Argentina tiene, por su naturaleza jurídica, un sistema presidencialista, según el cual la figura del presidente es central: este puede gobernar por decreto en casi todos los órdenes de la vida cotidiana, con solo unas pocas excepciones (no puede cambiar las reglas de juego en materia tributaria ni penal).

Ya hemos visto que el ejercicio del poder en el peronismo tiene poco que ver con mesas colegiadas, congresos partidarios, comisiones técnicas de trabajo y profundidad doctrinaria. El Frente de Todos parecía una ambiciosa innovación. ¿Estaba Fernández destinado a disputar el liderazgo de CFK? ¿O sería, tal como desde otras fuerzas políticas señalaron, un mero “títere” de CFK, como en su momento se dijera de Kirchner respecto de Duhalde?

Los acontecimientos mostraron que no ocurrió ni una cosa ni la otra. Cuando Fernández logró ese notable crecimiento en la imagen positiva de su gobierno, en los primeros meses de la pandemia, sintió la imperiosa necesidad de realizar gestos hacia CFK y su sector político (por ejemplo, en el caso del anuncio de la estatización de Vicentin).

Fernández nunca intentó disputar abiertamente el liderazgo de CFK, se negó sistemáticamente a generar una estructura política y territorial alternativa y cedió los espacios de gobierno de mayor vínculo territorial (Anses y PAMI) a dirigentes ligados a CFK y Máximo Kirchner. Como ya señalamos, la idea de Fernández se parecía más a la conformación de una suerte de “peronismo a la uruguaya”, emulando la construcción política del Frente Amplio.

En el Frente Amplio conviven diferentes expresiones del arco ideológico, desde sectores del centro político hasta fuerzas de izquierda y los exguerrilleros tupamaros, de donde proviene José “Pepe” Mujica. Esta coalición fue muy exitosa, tanto en términos electorales como en su capacidad de cohesión cuando le tocó ser opositora. La conducción es elegida democráticamente y quienes pierden acompañan, formulan propuestas y hasta ocupan espacios de gobierno o legislativos. Vale agregar la idiosincrasia política uruguaya: la convivencia democrática es una constante, incluso en la relación con el resto de las fuerzas políticas. Pero en el Frente Amplio lo tienen bastante claro: los problemas y diferencias se discuten y gestionan en el interior de la fuerza política, no de manera pública y a los gritos.

Poco tuvo que ver esta realidad con la del Frente de Todos. A poco de iniciado el gobierno, comenzaron los cuestionamientos internos. Primero desde referentes más ubicados en la periferia de la toma de decisiones del cristinismo. Con un tono bastante duro, se fueron criticando diferentes acciones de gobierno. Si bien en un principio no había un apoyo tácito y explícito de CFK, al tiempo comenzó a quedar en evidencia que existía una clara convalidación de esas críticas. Ya en octubre de 2020, CFK hablaba de “funcionarios que no funcionan”, pero todavía defendiendo la gestión presidencial. En 2021 y los primeros meses de 2022, los ataques serían por el contrario frontales y generalizados.

Lo llamativo es que las críticas no venían sucedidas de propuestas alternativas, ni en el ámbito programático ni del aporte de nuevos cuadros a la gestión. Antes que cuestionamientos internos, se dieron bloqueos y luchas para conservar el capital simbólico de los períodos de gobiernos de Kirchner y CFK, en contextos completamente diferentes a los de entonces, y a preservar el poder en la conducción del peronismo. Efectivamente, CFK no gobernó, pero tampoco dejó desplegar plenamente la acción de gobierno, o en todo caso opuso serios obstáculos que Fernández no quiso o no pudo contrarrestar.

Esto nos lleva a la segunda dimensión a resaltar, y tiene que ver con la incómoda situación de ser gobierno en un contexto económico claramente adverso, ya no solo por la crisis macrofiinanciera que dejó la gestión de Macri, con la necesidad de reestructurar la deuda externa y volver a convivir con el FMI, sino, peor aún, agravada por la emergencia de la pandemia de covid-19. CFK lo sabía, lo había dicho con claridad en el video fundacional del Frente de Todos. De alguna manera, se planteaba que se volvería a reconstruir la Argentina, tal como lo había hecho en su momento Néstor Kirchner. Pero esta narrativa analógica omitía, incluso con sus diferencias contextuales locales y mundiales, la presidencia de Duhalde. La presidencia de Fernández (en una comparación que presenta numerosas falencias) sería más asimilable a la de Duhalde que a la de Kirchner y, como ya mencionamos, es imposible entender los éxitos de Kirchner sin las acciones de Duhalde. Claro está, Duhalde no pudo capitalizar para sí su accionar de gobierno. Pudo derrotar a Menem, pero tuvo que ceder el gobierno y, a la postre, el poder.

En este marco, si bien CFK había señalado que ya no tenía sentido seguir hablando de los logros del período 2003-2015, rápidamente volvió a una narrativa autorreferencial en la que 2015 parecía ser el momento de máxima felicidad popular y la mejor distribución del ingreso, omitiendo que, en ese mundo feliz, muchos de los supuestos beneficiarios de aquel modelo votaron a Macri. La falta de mirada autocrítica volvía al centro de la escena.

Fernández siguió aferrado al contrato electoral del Frente de Todos, mientras CFK se inclinó por dinamitarlo, y con ello, a las propias bases del gobierno del que ella misma formaba parte, y en el que los funcionarios que le respondían políticamente administraban nada menos que el 60% del presupuesto estatal.

La crisis política se manifestó con fuerza en dos ocasiones. La primera, en septiembre de 2021, tras las elecciones legislativas primarias, cuando el Frente de Todos sufrió una derrota importante. CFK quiso forzar un cambio de gabinete generando renuncias en cadena de los miembros que le respondían. Cuando parecía que esto derivaba en una ruptura de la coalición, finalmente hubo una negociación que permitió continuar, con claras incomodidades para todos los socios. La segunda crisis fue más compleja y determinante, y tuvo que ver con el acuerdo con el FMI para reestructurar el cronograma de pagos. CFK y sus dirigentes trabajaron abiertamente en contra del acuerdo alcanzado, a pesar de que sus logros eran difíciles de discutir: sin recortes de jubilaciones, pensiones ni gasto social, con un evidente alivio financiero para los próximos años, ni el tradicional paquete de reformas estructurales promercado que suele integrar el recetario fondomonetarista. Una revisión de los acuerdos firmados por el FMI con diferentes países en las últimas décadas no encontrará uno tan favorable como el que firmó la Argentina, incluso considerando el del propio Néstor Kirchner durante su presidencia, previo al pago de comienzos de 2006.

Llamativamente, para el cristinismo los resultados obtenidos en materia productiva no parecían ser relevantes o suficientes, aún con la notable baja del desempleo y la recuperación de la industria. La actitud política de este sector de la coalición estuvo siempre más asociada a la conservación del capital simbólico acumulado en el período 2003-2015, que a comprometer esfuerzos para la gestión de una situación de crisis, como se había expresado en aquel video fundacional.

La crisis de la coalición peronista fue la de un experimento innovador que no funcionó. Fue, en definitiva, fruto de una disputa por la conducción del peronismo, en la que CFK procuró por todos los medios despegarse de la difícil situación económica por las que atravesó y atraviesa la Argentina, y del costo político de tomar medidas para enfrentar esa situación. No fue la primera vez que al peronismo le tocó administrar una crisis, pero sí que un sector eligió descomprometerse de su curso y sus consecuencias. En un sentido opuesto al Perón de 1952, que enfrentó la crisis con iniciativas que tuvieron un impacto inicial negativo sobre los trabajadores, pero de manera frontal y explicando las causas, las consecuencias y el futuro curso de acción, CFK eligió comentar la situación con una sorpresiva lejanía y ajenidad, sin más propuesta que la de hacer referencia a lo hecho durante su propio gobierno, bajo circunstancias locales e internacionales completamente diferentes y omitiendo las numerosas falencias que su propia acción de gobierno había generado.

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